OÍDOS SIN MELODÍAS



La mujer era grande en su música, una soprano que fue reconocida en la ciudad, después en el país y luego en el mundo. Su tiempo era dedicado a la música, se movía de aquí para allá manteniendo los oídos de muchos ocupados, fascinados; en una de sus puestas en escena, un hombre la escuchó y se abrió paso entre el público cuando terminó para llevar su canto a sus protegidos, un lugar en que sordo-mudos no hacían más que leer y percibir su mundo a través de los otros tres sentidos que les quedaban, cosa fatídica para él pero proyecto sustancioso sería su resultado.
Todos los esperaban, cocinaron un banquete, postres e incluso nuevas obras de arte llenaban un cuarto de la fundación.

La mujer feliz y después de mucho tiempo conociéndolos (más de 300 personas, niños, ancianos, hombres y mujeres de todos los colores) se subió al escenario, ya preparada y encantada con su audiencia, inicio sus cantos, vientos de pocas pero alargadas letras comenzaron a salir de su garganta, la voz fue tan melódica como en sus veces anteriores pero un sentimiento más grande hirvió en su pecho, lo que se tradujo en fuego a los oídos de la fundación.

Todos sentados solo la veían abrir su boca con alguna clase de ritmo, hasta que algo empezó a entrar por sus orejas, algo invisible pero sentible, pequeños taladros de algodón comenzaron a penetrar su sordera y los cantos comenzaron a escucharse;

- ¡Milagro!

Gritaron los ancianos primero y los niños fruncieron sus cejas escuchando. Por primera escucharon gracias a esta melodía.

Desde entonces las personas de esta fundación volvieron a nacer, su bloqueo fue roto y una nueva vida fue resuelta para todos los que estuvieron allí, oídos sordos que comenzaron a escuchando.

AMOR CAPPUCCINO

Sobre todo pensaba, pero más que nada sobre ella, la mujer que acababa de conocer, fue un diluvio para su desierto, el sol de su cueva, de su noche sin luna. La vio sentada en un café, con la pierna cruzada, un libro y un cappuccino sobre su mesa, apenas entró la descubrió y sus ojos se abrieron, empezaba un deja vu de una vida anterior. Ella estaba mirando al infinito, perdidos sus ojos en los livianos lentes que llevaba sobre sus orejas, él sabía que ella lo reconocería por alguna razón, pero cuando se le acercó y se paró frente a ella, lo reconoció sin ninguna razón:

- Siéntate, te estaba esperando.

Y empezaron a hablar y empezaron a amarse como dos diminutas mariposas en un frasco, sin saber lo que hacían terminaron en un altar, dándose el último beso, el que los llevaría a la muerte, y después a otra vida, y después como siempre, al amor. Pero claro, esta historia no es solo de ellos, es de todos los que se arriesgan a vivir.