La mujer era grande
en su música, una soprano que fue reconocida en la ciudad, después en el país y
luego en el mundo. Su tiempo era dedicado a la música, se movía de aquí para
allá manteniendo los oídos de muchos ocupados, fascinados; en una de sus puestas
en escena, un hombre la escuchó y se abrió paso entre el público cuando terminó
para llevar su canto a sus protegidos, un lugar en que sordo-mudos no hacían
más que leer y percibir su mundo a través de los otros tres sentidos que les
quedaban, cosa fatídica para él pero proyecto sustancioso sería su resultado.
Todos los
esperaban, cocinaron un banquete, postres e incluso nuevas obras de arte
llenaban un cuarto de la fundación.
La mujer feliz y
después de mucho tiempo conociéndolos (más de 300 personas, niños, ancianos,
hombres y mujeres de todos los colores) se subió al escenario, ya preparada y
encantada con su audiencia, inicio sus cantos, vientos de pocas pero alargadas
letras comenzaron a salir de su garganta, la voz fue tan melódica como en sus
veces anteriores pero un sentimiento más grande hirvió en su pecho, lo que se
tradujo en fuego a los oídos de la fundación.
Todos sentados solo
la veían abrir su boca con alguna clase de ritmo, hasta que algo empezó a
entrar por sus orejas, algo invisible pero sentible, pequeños taladros de
algodón comenzaron a penetrar su sordera y los cantos comenzaron a escucharse;
- ¡Milagro!
Gritaron los
ancianos primero y los niños fruncieron sus cejas escuchando. Por primera
escucharon gracias a esta melodía.
Desde entonces las
personas de esta fundación volvieron a nacer, su bloqueo fue roto y una nueva
vida fue resuelta para todos los que estuvieron allí, oídos sordos que
comenzaron a escuchando.