Sobre todo pensaba, pero más que nada sobre ella, la mujer que
acababa de conocer, fue un diluvio para su desierto, el sol de su cueva,
de su noche sin luna. La vio sentada en un café, con la pierna cruzada,
un libro y un cappuccino sobre su mesa, apenas entró la descubrió
y sus ojos se abrieron, empezaba un deja vu de una vida anterior. Ella
estaba mirando al infinito, perdidos sus ojos en los livianos lentes que
llevaba sobre sus orejas, él sabía que ella lo reconocería por alguna
razón, pero cuando se le acercó y se paró frente a ella, lo reconoció
sin ninguna razón:
- Siéntate, te estaba esperando.
Y empezaron a hablar y empezaron a amarse como dos diminutas
mariposas en un frasco, sin saber lo que hacían terminaron en un altar,
dándose el último beso, el que los llevaría a la muerte, y después a
otra vida, y después como siempre, al amor. Pero claro, esta historia no
es solo de ellos, es de todos los que se arriesgan a vivir.