Tú eras la playa, soleada y con pocas nubes, unas pequeñas que ocultaban
el sol de vez en cuando, esos eran tus pequeños pecados. Eras una isla
montañosa, perfectos relieves adornaban tu cuerpo, arriba y abajo. Tu
piel, arena super delgada, suave, jugosa y azucarada. Me encantaron tus
palmeras, esos finos bellos que salían de tus poros, cuando los sentí
con las llemas de mis dedos, hubo un electrochoque invisible,
insensible, insentible. Gracias por tu cara, el horizonte visto desde tu
playa, aquel lugar del que nunca he querido salir; gracias por tus labios,
mis pies hundiéndose en tu húmeda arena, duraba días enteros con mis
plantas penetrando tu dulce polvo, riquísimos besos de sol y luna. Tu playa, mi más pura experiencia, tu calor fue mi fuga, mi dios, cubrirme con tu
carne transformó mi mundo, el amor y el incontrolable sexo unidos sobre tu piel, dentro de tu piel; tu calor, nuestro calor, tu playa, ese lugar del que mi memoria
nunca saldrá. Gracias por dejarme naufragar en ti.