LAS PEQUEÑAS, EL ABUELO Y LA ISLA

Las dos pequeñas se dirigían hacia la Habana en un avión de carga, ellas jugaban graciosamente sin conocer el verdadero destino de aquel viaje, su padre las envió junto a uno de sus mejores amigos en unas vacaciones de una semana, supuestamente a las playas, al paisaje y a un ambiente puro y lúcido. Al bajar del avión, las niñas vieron por primera vez un hombre que les pareció apuesto y cariñoso, ellas nunca habían sido tímidas y hasta le dieron un abrazo, el hombre que en realidad era ya un viejo sonrío y las tomó de la mano diciéndoles que el era quien las guiaría a través de un viaje inolvidable por la capital de Cuba. al subirse al taxi, algunos niños las sorprendieron golpeando sus ventanas y pidiendo monedas y jabones, el hombre para sorpresa de las niñas saco dos jabones de sus bolsillos y los entrego diciendo que el venía poco al aeropuerto pero que siempre traía algo para ellos, ellas lo miraban y se preguntaban cada una por su lado sobre lo amable que se les hacía, el amigo del padre ya sabía que las chicas quedaban en buenas manos y estaba en otras vueltas.

En el taxi el hombre les preguntó ¿Quién es Rosa? la mayor, y ¿Constanza? la menor, cada una alzo la mano sonriendo apresuradamente después de dicho su nombre, él mostró sus dientes y hay, le reconocieron, a las pequeñas se les iluminaron sus ojos y su corazón se salió del pecho de un sobresalto, se miraron y recordaron esos primeros pasos que habían dado junto a su padre, y junto a otro hombre de más edad que él, con el entrecejo un poco arrugado resolvieron el misterio en que su padre las había embarcado, al decirles que el hombre que las recogería en el aeropuerto era muy apuesto y que las cuidaría mucho, pero que no podía decirles más, sino que ellas tenían que averiguarlo. La menor con algo de imprudencia dijo suavemente casi como preguntando, "abuelo", se quedaron mirándolo, él las miró con una sonrisa confiada y les guiño el ojo derecho mientras asentía una sola vez, sus nietas se carcajearon y saltaron de alegría, lo abrazaron y besaron ahora, tranquilamente y con todas las ganas.

De esa única vez que ellos se habían conocido solo habían unas fotos memográficas cuasiborrosas, que tuvieron que ser sacadas a la fuerza por las niñas cuando iban en el taxi, y que si no hubiera pasado lo que estaba pasando ellas las habrían olvidado, porque su padre no se lo había mencionado a las pequeñas, ya que su abuelo buscando la libertad del olvido, había escapado sin comentario alguno a ese país si memoria que lo acogía de maravilla y que ahora se convertía junto a sus pequeñas en la más extraordinaria isla y paraíso para vivir.