La tierra era plana, como se pensaba que era en los tiempos de antaño,
así fue en los primeros días. Además de mares y ríos, lo único que se había creado era una guitarra, hecha de madera, aunque ni los
árboles existían. La guitarra estaba sola e inexpresiva y quieta, los
vientos eran demasiado puros para moverla.
La tierra, después de algunos siglos viviendo tranquila, hizo brotar
un minúsculo músico para que tocara la guitarra, las
primeras melodías nacieron y los vientos empezaron a hacerse más
fuertes. El músico siguió tocando, desaprendido de todo, sin pensar; las
nuevas tonadas se mezclaron con el aire y de los sonidos empezaron a
brotar aves diminutas, que salían de las cuerdas dando sus primeros aletazos, palomas,
colibríes, ruiseñores y más pequeñas aves no dejaban de salir,
revoloteaban sin cesar y crecían mientras se alejaban.
Cuando el músico aumentó la intensidad, águilas y cóndores se crearon,
rápidamente abrían sus alas, y al hacerlo, se volvían gigantes y así se veían sobre el cielo, pero todos estos alados desaparecían sin
dejar rastro.
El músico y la guitarra se hacían compañía pero aún así seguían
solos, entonces decidieron, con la misma intensidad, cambiar de ritmo, crearon algo armónico lo que hizo nacer ángeles, tan luminosos que
hicieron al músico cerrar sus ojos, así se concentró más, y más perfecta
fue su melodía. Hasta que por fin nacieron los humanos; bípedos, caminantes,
andantes, nómadas sin un rumbo ni fijación.
Cuando entraba en el siguiente éxtasis, el músico sintió sobre su
guitarra el dedo corazón de un humano curioso, entonces se detuvo para siempre y los
humanos dejaron de nacer para empezar a morir.